viernes, mayo 08, 2015

Libia e inmigración

Proa al viento El blog de Juan Chicharro en Republica.com El naufragio y muerte, hace dos semanas, de más de ochocientas personas en las costas de Libia uniéndose a otros cientos también desaparecidos en el mar -son continuos los desastres- parecía haber despertado la conciencia de Europa y que se iban a tomar medidas serias para intentar solventar este gravísimo problema que nos acucia; especialmente a las naciones más cercanas de la frontera sur de Europa como Italia y España, ésta última en menor medida, pero también. No dudo de que las diplomacias trabajan y que se barajan acciones de urgencia como, por ejemplo, la última propuesta conjunta de Italia y España para hundir los buques antes de partir de sus puertos de origen; sin embargo, transcurridas apenas unas semanas desde las últimas tragedias, el asunto parece haber pasado ya a un segundo plano y, hoy, apenas se encuentran referencias a lo acaecido en aguas mediterráneas. Hasta la próxima ocasión. Tal parecería que las vidas y muertes de los africanos, abolida ya la esclavitud, siguen siendo un problema lejano, molesto y ajeno a los europeos, algunos de cuyos países conquistaron, expoliaron y esclavizaron, incluso, a la población como si fueran objetos de mercadería. No puedo olvidar citar a Leopoldo II de Bélgica, propietario personal de todo el Congo y Ruanda-Urundi (actuales Ruanda y Burundi), ¡incluidos todos sus habitantes!. Aquí lo que sucede es que son millones las personas que huyendo de las guerras, el hambre y las desgracias que asolan África y Oriente Medio buscan el salto a la próspera Europa; y no ya, como hace unos años, sólo para mejorar de vida, sino como pura supervivencia. Sin duda la única solución a largo plazo es la estabilización de sus países de origen y operaciones hay en curso en este sentido, si bien tímidas y con poca fuerza, por lo que es de esperar que continúen los asaltos, una y otra vez, de la orilla sur a la orilla norte del Mediterráneo; ora en las fronteras de Ceuta y Melilla, ora en las de Libia. Y hoy, preferentemente en este último país por la sencilla razón de ser una zona absolutamente fuera de todo control como consecuencia de la desaparición de cualquier autoridad central y encontrarse envuelto en una guerra civil. Libia ha vuelto a dividirse en facciones tribales, las mismas que existían en el pasado antes de la unificación que propició Italia en el pasado. Con base en la Cirenaica, unos, y en Trípoli, otros, son dos las autoridades que se disputan el poder del inmenso territorio libio. La diferencia más notable con el pasado es la irrupción de grupos yihadistas por doquier como el Estado Islámico, de una parte, y de los de Al Qaeda, por otra, con objetivos tan claros como la expansión del terrorismo, incluyendo a Europa, y el derribo de los regímenes que aún no dominan. Es duro y casi cínico lo que voy a expresar ahora, pero a las pruebas me remito. Cierto es que países como Irak, Siria, Irán, Libia, o Egipto, en menor medida, vivían bajo unos regímenes tiránicos, incompatibles con la moderna y moral forma de pensar del mundo occidental, pero, aunque sea tremendo reconocerlo, pues una vida humana ni tiene precio ni debería ser objeto de contabilidad, no cabe duda de que desde la caída de los correspondientes regímenes, allá donde se ha producido, de modo total o parcial, el número de víctimas inocentes ha crecido hasta lo inimaginable. Estos países, tal vez por tradición o por cultura, no han sabido incorporar las ventajas -ni una- de las democracias, no tan extendidas (las auténticas) en el mundo como cabría pensar. Hoy en el territorio libio proliferan los centros de captación, reclutamiento y adiestramiento de grupos yihadistas para actuar en todo el norte de África y dar el salto a Europa. Esto es de una obviedad cristalina, pero los políticos europeos prefieren abordar problemas domésticos de menor enjundia estratégica y se centran en lo que concierne al euro; de euromiopía es de lo que me atrevo a calificar semejante desvío de la mirada acerca de dónde están las verdaderas amenazas a Europa en su conjunto y a la occidental en particular. El terror se mueve en el caos como pez en el agua, preconizaba Mao, y nos encontramos en la situación ideal que todo líder terrorista anhela. Una Europa bastante desunida, unos movimientos terroristas de una crueldad e inutilidad sin precedentes -impensables hace poco más de un lustro-, unos Estados Unidos -fuertes y decididos, como siempre- pero con otros problemas económicos y hegemónicos adicionales provenientes de Asia, unos países -en África- abandonados a su suerte por sus antiguos colonizadores, que constituyen el mejor caldo de cultivo para que prenda la mecha la revancha, aunque provenga del mismo demonio yihadista. En fin, se dan todos los factores posibles para que el peligro adquiera, como en la materia radiactiva, una masa crítica explosiva y, por tanto, mucho más difícil de contener. Añádase a todo esto que Libia, un país dependiente del petróleo casi en su totalidad, se encuentra en una situación límite al ver arruinada su riqueza petrolífera y desde luego su estructura socio-económica. La Corporación Nacional del Petróleo ha anunciado recientemente que ha perdido el 80% de su capacidad lo que, añadido a la caída de los precios del barril de petróleo, ha ocasionado que el PIB se haya reducido hasta el 10% de lo que era hace dos años. El caos es total y la catástrofe humanitaria es inminente. Y aquí las mafias de todo tipo están haciendo su agosto con todo tipo de tráficos inimaginables al amparo de la porosidad de las fronteras y la falta total de autoridad de ningún tipo. Libia es hoy la plataforma ideal para la inmigración irregular, especialmente en las zonas costeras, ante la falta de cualquier tipo de control. O Europa, y su primo de Zumosol, intervienen con urgencia o las desgracias se van a multiplicar de forma creciente con efectos retardados que no tardaremos en sufrir… todos. La historia nos demuestra que para atajar problemas futuros es imprescindible actuar hoy, con contundencia y decisión sobre la amenaza. No basta con hundir los barcos para evitar la masiva inmigración; ésta sería una solución eficaz en un principio pero ineficaz a la larga -vamos, un parche- y, desde luego, operaciones como “Mare Nostrum”, que ciertamente han salvado muchas vidas, no son adecuadas ya que suponen un efecto llamada no deseado. Lamentablemente me temo que no queda otra que, con todos los amparos internacionales, intervenir militarmente “in situ” para poner orden en un caos que nos amenaza gravemente. Se evitarían así los traslados masivos de inmigrantes y se actuaría contra aquellos que nos han declarado la guerra y se mueven impunemente en territorios que no son suyos al amparo del caos y el desorden. O esto o continuaremos asistiendo a desgracias humanitarias una y otra vez a la par que veremos como los que nos quieren destrozar campan a su antojo con todos sus preparativos y se acercan inexorablemente. Hay que tomar la iniciativa de una vez y no mantenernos siempre a la defensiva reaccionando según el calendario que nos marcan los terroristas islámicos y las supeditables agendas de algunos políticos de la dorada Europa -y digo bien- porque unos cuantos zarpazos y la brillante superficie dejará ver que debajo no es oro todo lo que reluce. En cualquier caso, Europa no puede consentir que se sigan produciendo naufragios continuos con tantas vidas perdidas. Es de todo punto intolerable. Ya está bien. (http://www.republica.com/proa-al-viento/2015/05/04/libia-e-inmigracion/)

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