jueves, junio 04, 2015

Refugios, fortificaciones, intemperie

Por Marcelo Taborda El incesante flujo de migrantes que pugnan por llegar a Europa en esta avanzada primavera del Norte del mundo provoca –además de repetidas tragedias humanitarias– las reacciones de gobernantes y dirigentes políticos que buscan –hasta ahora sin éxito– una respuesta común y eficaz frente a un escenario cada vez más complejo. Las diferencias entre representantes de las seis naciones más pobladas de la Unión Europea, reunidos ayer cerca de la ciudad alemana de Dresde, no hicieron más que reflejar las divergencias de estos y otros gobiernos del Viejo Continente sobre la idea de repartir entre los países de la UE los extranjeros que llegan a través de las fronteras más permeables o más cercanas a escenarios precarios, inestables o saturados de violencia. Interminables oleadas de desesperados (sólo a costas de Italia llegaron unos 45 mil migrantes buscando refugio en los primeros cinco meses de 2015 y otros 30 mil a Grecia) activaron algunas cruzadas solidarias pero también los temores que suelen exacerbar discursos xenófobos en cualquier parte del planeta. Claro que en el caso particular de Europa el dilema se potencia por su responsabilidad, directa o indirecta, en situaciones que hoy fomentan éxodos masivos o son funcionales al accionar de las mafias de tráfico de personas. Tal es el caso de la Libia sumergida en el caos posterior a la muerte de Muamar Kadhafi (en octubre de 2011), cuyo linchamiento avalado por los bombardeos de las potencias occidentales abrió paso a una guerra interna que hoy tiene como vencedores a los yihadistas. Horas atrás, en un foro donde 20 países discuten estrategias contra el Estado Islámico, el gobierno español pidió que en la lista del terror se incluya al yihadismo libio. Desde las costas cercanas a Trípoli o Sirte, el accionar de grupos islamistas se mezcla con el de los traficantes de personas, que han debido replegarse hacia otros territorios o dividir ganancias con las facciones armadas que imponen su ley como en parte de Siria o Irak. Distintas investigaciones aluden a que el Estado Islámico tiene en el tráfico de migrantes otra fuente de financiamiento para sus acciones militares y terroristas en lugares cercanos o remotos. En Libia, quienes pretenden llegar a Europa suelen pagar hasta dos mil dólares por un viaje en condiciones deplorables que puede terminar en la muerte. Ese negocio, tan miserable como ingente, representa millones de dólares o euros que el EI cobra sin intermediarios a los “sin papeles” o a través de “tasas” impuestas a quienes fletan las pateras atestadas de personas en el Mediterráneo. Más inquietante para los gobiernos europeos puede ser, sin embargo, la versión no comprobada de que el EI usaría el incontenible flujo migratorio para infiltrar combatientes en territorio de la UE. Esa hipótesis puede sembrar más estigmas sobre víctimas de una realidad que los atrapó hace mucho tiempo. Despreciados Mientras Europa discute una estrategia en común, desde Naciones Unidas y diversas organizaciones humanitarias vuelve a advertirse sobre el drama de refugiados, que se multiplican con guerras abiertas (Siria, Irak, Sudán, Ucrania, por citar algunas) o indisimulables conflictos internos (Afganistán, Nigeria, Libia, Mali). Algo de eso ocurre en el sudeste asiático, con las persecuciones y abusos en perjuicio de los rohinyás, minoría musulmana sojuzgada por la mayoría budista birmana. Miles de rohinyás birmanos y también exiliados forzosos de Bangladesh han estado semanas a la deriva en mares de intolerancia tras ser devueltos desde costas de varios países. Más allá de ese ominoso rechazo a embarcaciones colmadas de seres humanos, el drama de los rohinyás se viralizó cuando el mes pasado se hallaron 28 campamentos y fosas comunes con al menos 140 restos humanos cerca de la frontera de Malasia con Tailandia. Sin embargo, antes que anunciar medidas o acciones contra posibles traficantes de personas, un ministro de Malasia sugirió convertir en “atracción turística” esos campos clandestinos, como forma de “tomar conciencia”. Forzados por diversas razones a dejar un espacio propio, los migrantes tienen cada vez menos refugio entre la intolerancia, el miedo y la explotación de un mundo desigual. (http://www.lavoz.com.ar/mundo/refugios-fortificaciones-intemperie)

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